30/11/11

Confesiones íntimas IV.

Llegar a la conclusión de que nadie podría ser feliz a tu lado es realmente jodido. Para ser exactos, es muy jodido.
Muchísimo.


 Pero que las únicas dos personas con las que decides compartir tu angustiosa conclusión existencial no te den unos argumentos que resulten contundentes para rebatir el asunto… acaba de hundirte por completo.

22/11/11

Experiencias VI.

Cinco meses después puedo decir que tengo en mi poder la revista que contiene tres páginas escritas por mí. Mandé mi artículo a finales del pasado mes de agosto y a mediados de septiembre me contestó la jefa de redacción comunicándome que lo había leído y que le había gustado mucho, tanto que le había dado paso a la directiva para que aprobara su publicación en el número del mes siguiente. Recibí correos de varios componentes del equipo de redacción de la revista para felicitarme y para agradecerme que hubiese accedido a la propuesta que me habían hecho meses antes.
La semana pasada, mientras operaban a mi abuelo para ponerle un marcapasos, coincidí en el hospital con una escritora que mantiene amistad con algunos miembros de mi familia. “Casualmente” (supongo que debería ser causalmente, porque yo no creo en las casualidades), me había llevado la revista para que leyeran mi artículo, como me habían pedido. Ella también lo leyó:
- “Es ameno y al mismo tiempo profundo… transmite paz. Podrías perfectamente escribir una novela con este mismo estilo; lo tuyo es la narrativa (…) No pierdas tu sensibilidad; hay muchos escritores que escriben bien, pero no consiguen transmitir emoción, y tú lo haces de una forma espectacular”.
Teniendo en cuenta, junto a esta crítica, que el curso pasado dos de mis profesores me felicitaron por un trabajo autónomo que realicé y coincidieron en que “escribía muy bien y que era algo bastante llamativo porque era muy poco habitual entre el alumnado universitario”, igual debería empezar a tomármelo en serio.

13/11/11

Reflexiones VII.

Por qué escribir:

“No hay ni un solo escritor en el mundo al que no le hayan hecho cien veces esta pregunta. Los escritores contestamos como podemos: unos, con una solemnidad embustera (valga la redundancia); otros, con un chiste laboriosamente excéntrico; otros, con lo que han contestado otros escritores; otros, mirando a quien formula la pregunta como si fuera el tipo más imbécil de la OTAN y murmurando con gesto de asco que la pregunta no es pertinente (cuando la triste verdad es que no se le puede hacer a un escritor una pregunta más pertinente que ésa); la mayoría, me temo, mintiendo como perros. Me avergüenza confesar que hasta hoy he incurrido en todas esas infamias, pero sobre todo en la última; me enorgullece proclamar que eso se ha acabado en este mismísimo momento, gracias a la gentileza inaudita de este periódico, que me paga religiosamente cada mes por escribir tonterías, me dispongo a decir la verdad, toda la verdad y etcétera. Con todas sus consecuencias. Pero atiendan bien, porque es la última vez que la digo:

Escribo porque me encanta que me pregunten por qué escribo. Escribo porque me aburro y porque si no escribiera me aburriría muchísimo más. Escribo porque escribir no sirve absolutamente para nada y sin embargo mientras escribo tengo la absoluta seguridad de que sirve absolutamente para todo. Escribo porque absolutamente nada tiene ningún sentido y sin embargo mientras escribo absolutamente todo parece tener un sentido absoluto. Escribo para leer mejor y también para dejar de vez en cuando de leer; porque el mucho leer embota (esto último lo dijo Nietzsche, que escribía pensamientos paseados). Escribo para escribir algún día un libro paseado. Escribo porque a los ocho años leí Pimpinela escarlata y desde entonces no he hecho otra cosa que intentar plagiar esa novela. Escribo porque a los 15 años yo era un salido y un día otro salido que además era un cabrón me dijo que escribiendo se ligaba, y cuando descubrí que me había engañado ya era demasiado tarde para quitarme el vicio. Escribo porque a los 15 años yo tenía una profesora radiante: un día la interrumpí en clase al grito de que estaba buenísima y ella, que estaba explicando a Borges, me expulsó de clase y yo me impuse como penitencia la lectura de las obras completas de Borges, cosa que todavía no he terminado de hacer y que no creo que termine de hacer nunca, porque en realidad es imposible. De más está decir que escribo porque a partir de los 15 años no me ha pasado absolutamente nada que tenga algún interés. Escribo porque me pagan por escribir tonterías. Escribo porque todavía no he encontrado una forma más decente de ganarme la vida. Escribo (me explico) porque no sé hacer nada útil, ni siquiera atarme los cordones de los zapatos: si supiera curar a los enfermos, no escribiría; si supiera rematar en plancha un libre indirecto, créanme, no escribiría. Escribo porque sí y porque me da la gana, y a quien le parezca mal que me lo diga en la calle. Escribo para poder pensar (esto, creo, lo dijo Cabrera Infante). Escribo porque cuando escribo tengo la impresión acusadísima de que soy una persona inteligente y también de que todos los que me rodean son todavía más inteligentes que yo, sólo que ellos no se dan cuenta.
Escribo para que me lea mi madre, que es la única que me leía cuando no me leía nadie y que me leerá cuando ya nadie me lea (¡un abrazo, mamá!). Escribo para que me lean dos tipos que están muertos y dos o tres que todavía están vivos. Escribo para que me lea usted (¡sí, usted, el de la tercera fila, no se esconda!). Escribo porque escribo como Dios (esto, Dios me perdone, es mentira). Escribo porque no creo en Dios. Escribo porque en un mundo sin Dios, escribir, como reírse (pero esto lo dijo Kafka), es casi una obligación moral, o quizá metafísica. Escribo para llevar la contraria, pero todavía no he descubierto a quién. Escribo para entender cosas que sé que no hay manera humana de entender, con la esperanza de que ese esfuerzo fracasado por entenderlas sea ya una forma de entenderlas. Escribo porque la vida es una mierda, y los hombres, un hatajo de indeseables y de cobardes, pero cuando escribo salgo a la calle cantando canciones tirolesas y sintiéndome John Wayne y con ganas de abrazarme al primero que pasa y echarme a llorar de tristeza en su cuello. Escribo porque si no escribiera no tendría ni un solo motivo para respetarme, muy pocos para levantarme por la mañana y casi todos para convertirme en un peligrosísimo oligofrénico, de lo que se deduce que el Estado debería subvencionarme para que siguiera escribiendo. (No escribo, por cierto, para que me quieran más: las personas que me quieren me querrían igual si no escribiera, y las personas que no me quieren no me querrían ni aunque dejase de escribir). Escribo para joder a los que no quieren que escriba y para alegrar a los que quieren que siga escribiendo. Escribo porque, entre nosotros, escribir mola (esto, seguro, debió de decirlo alguien, probablemente un chino). Escribo por todas estas cosas y por muchísimas más. En realidad, escribo por casi todo, porque cualquier excusa es buena para escribir. A veces (Dios me perdone) he llegado incluso a escribir para hacerles creer a quienes me leen que no quiero que me pregunten nunca más por qué escribo.”

10/11/11

Dilemas internos X.

Tengo congelados en mi baúl mental – en mi memoria- todos esos momentos indescriptiblemente intensos que hemos protagonizado desde aquella primera vez. Cada vez que volvemos a vernos es como si se desencadenase una sucesión de imágenes de esas veces anteriores, abrasivas e inductoras de consternación.
No entiendo qué me ha pasado contigo, pero creo que inconscientemente voy desistiendo de poder darle un sentido racional. No sé cómo debo reaccionar ante lo que siento en esos instantes de miradas sostenidas e irremediablemente sugerentes. Pero lo que sí sé es que ya he perdido la cuenta de cuántas veces he deseado besarte o decirte que me encantas y que todo lo demás no es tan importante.
Ayer, mientras avanzaba por el pasillo hacia donde estabas, sentí una especie de parálisis progresiva en mi frecuencia cardiaca hasta que fuiste a encontrar mi mirada, anticipada a la tuya, y ambas se fusionaron en el tiempo, detenido ya por completo. Es probable que esté loca, pero juraría que lo que me anula es esa certeza que aflora quién sabe de dónde y de qué manera, que me dice que ambos sabemos exactamente cómo es el otro a través de ese lenguaje abstracto que hemos creado sin pretenderlo – o sí-, y nos lleva a plantearnos la posibilidad de que quizá seamos esa persona a la que llevamos necesitando hace tanto.

8/11/11

Reflexiones VI.

"Lo importante no es dejar de preguntarse. Basta con comprender una pequeña parte del misterio cada día."